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Bailo con mi sombra

  • Foto del escritor: Adriana González Navarro
    Adriana González Navarro
  • 12 ago 2021
  • 2 Min. de lectura

Estoy sentada en el sofá, son las 4 de la tarde, entra el sol por la ventana y en la pared hay unas sombras que me encantan. Son las hojas de mis plantas que se mecen por el viento y las persianas entreabiertas que dejan colar la luz. Inevitablemente, recordé la canción de Miguel Mateos, Mi sombra en la pared (qué ochentera soy, nada qué hacer, tenía catorce años cuando salió). Con esas sombras escribo y pienso en mi propia sombra.

Ella es mi proyección; la de mis miedos, la de mis lados oscuros, la de mis sueños, también. A donde vaya, mi sombra me acompaña. Nunca puedo verle la cara, la imagino más joven o más vieja; nunca de mi edad, pues oculta sus arrugas o se encorva en medio de las situaciones difíciles.

Esta semana le pedí que bailáramos juntas porque creo que nos hemos perdido la una de la otra. Sí, como Peter Pan (tal vez por eso me niego a verme mayor de lo que soy o de lo que me siento tener de edad). Mi sombra, que es juguetona, resbaladiza y atrevida, me confrontó.

—¿Qué si bailamos? —me preguntó burlona.

—Sí, no es la primera vez que lo hacemos. Sé que es difícil. A veces eres demasiado alta, no te llego a los hombros, o demasiado pequeña y te piso constantemente. A veces te envidio; no tienes que disimular tu enojo ni tu edad. A veces me pregunto si he usurpado tu lugar, como en la película Nosotros, de Jordan Peele. ¿Qué tal que esté viviendo esa vida que te correspondía a ti?

—¿Acaso crees que quiero bailar contigo? ¿Qué tal que solo siga tus pasos por obligación? ¿Qué tal que no quiera hacerlo? Me molesta que te compares conmigo. No soy más alta ni más baja. No soy más joven ni más vieja. No soy más clara ni más oscura. Solo soy la proyección de ti; una proyección dada por la luz de afuera. Soy lo que escondes. Soy el reverso de tu espesor. También soy lo más liviano que posees.

—Creo que eres mejor que yo. Sabes quién eres, yo necesito de la luz para verte. ¡Bailemos!

— Ya hemos bailado juntas, con los brazos abiertos, arriba, despreocupadas. Como tienes los ojos cerrados no te has dado cuenta, o tal vez olvidas que existo. Hay cosas que se te olvidan.

—No necesito verte para recordarte. Sé que estás ahí. No necesito vivir en la penumbra para ignorarte. Tampoco quiero apagar mi propia luz. Tengo miedo…

—¿Cómo puedes sentir miedo si soy tus miedos?

—Eres la proyección de mis miedos. Las dimensiones que tienes son proporcionales a ellos. No puedo explicarme… te envidio y compadezco…te temo… te necesito…

—Te estás yendo por las ramas. ¿Quieres que bailemos?

—Sí, sí. Deberíamos hacerlo como a los catorce años; bailar sin dar explicaciones, dejar que el cuerpo se mueva sin preocuparnos si está bien o mal. Bailar reconociéndote como parte de mí, reconociéndome como parte tuya.

—Toma lo mejor de mí. ¿Qué te preocupa? Toma mi liviandad, mi capacidad de adaptarme a cualquier lugar a toda hora, descansa y confúndete con las demás sombras, abraza tu oscuridad… Bailo, bailo hasta caer / Con mi sombra en la pared / Nada que perder / Bailo con mi sombra en la pared…


 
 
 

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