Cómo desfilosofar en el jardín
- Adriana González Navarro
- 9 jun 2020
- 4 Min. de lectura

La filosofía es una cosa aburridísima. Al menos esa fue la sensación con la que salí de mi colegio, cuando la monja Sitges nos obligaba a aprendernos de memoria El hombre latinoamericano y sus valores, de Germán Marquínez Argote. No se imaginan el espanto de exámenes. Estaban llenos de líneas para escribir en ellas las palabras exactas. Siempre he pensado que eso no es filosofía (lo que hizo la monja, claro está). Luego, estudié la carrera de filosofía. Descubrí que tampoco era lo que imaginaba. Recuerdo las horas de estudio tratando de comprender el pensamiento de Aristóteles, Kant o Hegel, llegar a clase sintiéndome que ya dominaba sus ideas y mis profesores, con sus explicaciones, me mostraban la superficialidad de mis lecturas. Era realmente frustrante. Aprender a leer, a analizar, a interpretar, a escribir y, sobre todo, a filosofar fue un reto (y lo sigue siendo todavía, que no lo tengo tan claro).
Al finalizar mi carrera, un profesor me dijo que me faltaba rigor académico. En ese momento me sentí ofendida. ¿Qué es el rigor académico? Es otra pregunta que me hago. ¿Será que me falta citar más pensadores en mis textos? ¿Será que me falta ser más exhaustiva en mi interpretación? Si me da mucho pudor sobreinterpretar las palabras de los demás. ¿Será que solo he sido una aprendiz de filosofía y nunca logré un pensamiento propio?
Ahora, que han pasado tantos años, siento que esa falta de rigor es un halago, porque es cierto: me falta rigor. Porque creo que mucha de la filosofía rigurosa que circula es muy aburrida (en la escritura, claro está; porque sus ideas usualmente me persuaden o al menos me ponen a pensar). Sí, me hace falta rigor, pero no por eso siento que haya dejado de escribir desde la filosofía (porque no puedo negar el aparataje epistémico sobre el cual me ubico al pensar y que me formó).
Cuando fui admitida a filosofía, mi maestra, la filósofa Ángela Calvo me enseñó que pensar filosóficamente era como elaborar una artesanía. Pero no de esas industriales que se venden al por mayor. No. Ella se refería a la artesanía de la persona cuidadosa con lo lee, que se detiene, que toma distancia crítica con las ideas de otros y con las propias. Yo nunca fui artesana, pero la idea del cuidado la traslado hacia otro lugar: mi pequeño jardín casero. El jardín ha estado presente en la vida de varios filósofos y pensadores: Epicuro tenía su jardín, Michel de Montaigne quería morir sembrando coles, Wittgenstein trabajó por tres meses como jardinero en un monasterio… Además, el jardín es un espacio muy importante y especial para las monjas (o al menos eso dicen los estudios coloniales sobre monjas en Hispanoamérica). En el jardín se cultivan plantas ornamentales de flores, plantas para alimentar el cuerpo, plantas para curarlas dolencias del alma. Y así como para ellas y ellos, el jardín también hace parte importante de mi vida.
Como me hace falta rigor académico, y no me dedico a la filosofía (no directamente, en lo profesional) voy a escribir mis pautas personales con las cuales hago (des)filosofía en el jardín.
Paso uno. Tener un jardín
Yo tengo en el mío con tres variedades de helechos polipodiales, una Sansevieria que ha sacado once hijitos, dos plantas de Potus, un filodendro morado, dos Pileas, una que otra begonia que florecen cada tanto, dos árbolitos de Brasil, seis Nematanthus gregarius que cuelgan de la ventana, cuatro sábilas, dos materas con Aspidistras, varias suculentas, una millonaria (que me regaló mi hermana para que nunca me faltara el dinero) y los tréboles morados y verdes que crecen de manera mágica por doquier.
Paso dos. Cuidar el jardín
Disponer de tiempo para limpiar las hojas, podar las plantas que lo requieran, estar pendiente del abono, darles agua suficiente, evitar el sol excesivo para las plantas de sombra, aplicar insecticida natural de ajo cuando sea necesario, remover la tierra cada tanto, trasplantar, seguir a diario el calendario lunar para cada acción de jardinería, de acuerdo con el tipo de planta. En fin… los cuidados básicos.
Paso tres. Hablarle al jardín
No está comprobado científicamente que las plantas crezcan y se pongan hermosas porque yo les hable. Lo que sí es cierto, al menos para mí, es que mis plantas crecen, se mueven según reciben la luz del sol, tienen muchas hojas y sacan muchos brotes o flores a lo largo del año. Y todo esto ha pasado mientras les hablo.
Paso 4. Transcribir las charlas con las plantas
Como me siento tranquila mientras cuido mis plantas, las ideas fluyen. Es casi como si meditara en voz alta. Entre mis helechos y begonias, han surgido palabras sobre los miedos que me sobrecogen, sobre la rabia e impotencia que siento ante la situación política de mi país, o sobre la fascinación por algún libro que estoy leyendo. A veces, creo que ellas susurran viejas charlas con mis amigos y yo alcanzo a oírlas. Por eso, al igual que hago con mis sueños, escribo todo lo que dicen al oído.
Paso 5. Despreocuparme del rigor académico
Cuando paso de la transcripción a la escritura de mis textos, empieza mi trabajo desfilosófico. Escribo sin un plan de trabajo determinado, ya que las ideas me las susurraron mis plantas. Un caos de palabras brota a borbotones y me veo obligada a escribir muy rápido. Si lo hago a mano, a veces no entiendo mi letra. Y si lo hago en mi computador, muchas palabras quedan a medias. Entonces llega la entropía. La búsqueda del orden, de los términos precisos, de los ejemplos claros. Después, cuando leo lo que he escrito cuestiono el exceso de metafísica, aplico la lógica (no sea que caiga en falacias sin darme cuenta de ello), y me dejo llevar por mi intuición.
Ahora, soy consciente de que no puedo evitar las viejas manías como citar filósofos y escritores, pues la tentación de querer justificar mi pensamiento con alguna autoridad es terrible, casi que raya en la adicción a viejas manías patriarcales que me obligan a esconderme tras “los que realmente piensan” (una suerte de “treta del débil” a la que apelo). Sin embargo, surgen textos en los que reflexiono, de manera testimonial, sobre todas las cuestiones que me rondan. Sale una voz propia que quiere expresarse y que encuentra eco en voces amigas (o desconocidas) para seguir en la acción, en la resistencia y en la supervivencia.
No hago filosofía. Solo hago una desfilosofía en mi jardín.
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