top of page

Mapa imperfecto de la maternidad

  • Foto del escritor: Adriana González Navarro
    Adriana González Navarro
  • 22 mar 2022
  • 5 Min. de lectura

He decido trazar mapas. Mapas sin imágenes visuales, porque no cómo sería su territorio. He decidido trazar un mapa de mis afectos a partir de una cronografía a saltos, porque así pienso y recuerdo.



2022

Mis hijos ya son adultos y hablamos de cosas de mayores. Anoche conversamos sobre la existencia del amor de la vida. ¿Alguna vez he encontrado el amor de mi vida? Sí, le respondí a mi hija. A los veinte años, y fue su papá. Y a los 32. Y a los 36, y a los 39. Y a los 44. He tenido muchos amores de mi vida. ¡Sí! Amé y fui amada. Lo cual me hace pensar que tal vez el amor de mi vida no esté ahí, en esos hombres. Porque también sentí amor a los 22 y a los 27 años. Y este amor no se ha acabado. De hecho, creo que ningún amor se acaba. Se transforma en otra cosa… pero este amor; este, mi verdadero amor, nunca.


1995

Estaba sedada. No sentía dolor y mi cuerpo era algo que no me pertenecía. Una enfermera me acercó un pequeño cuerpo amarillo de ojos negros, penetrantes. Me enamoré. Luego caí dormida y, entre sueño y vigilia, solo quería saber si este cuerpecito estaba a mi lado.


2005

Por primera vez me separé de mis hijos. Me fui veinte días a Lima, creyendo que estaba con el amor de mi vida -el de ese entonces-. Como no tenía Internet en casa, gasté mucho dinero en llamadas internacionales. Los extrañaba montones. Sentí cosas muy raras. Por un lado, me sentí liberada de la maternidad, por unos días era mujer. Era deseada, amada, acariciada y feliz. Por otro lado, sentí culpa. Por primera vez mis hijos y yo no estábamos juntos. Era como si esos pequeños cuerpos los hubiera desprendido del mío. ¿Cómo lidiar con ese sentimiento?


2020

Nos cambiamos de casa, nos fuimos a vivir a un lugar más grande. Cada uno tendría su espacio… Por fin tendría mi propia habitación para escribir, para crear, para leer; para mí.


2000

Era el show de Navidad. Mi hijo cantaría algo sobre el arca de Noé… y era el único dinosaurio. Siempre fui muy distraída con eso de los disfraces. Él adoraba vestirse de dinosaurio y yo lo dejaba. Cantaron los niños de kínder y los de primaria. Mi sobrino también estaba ahí, debía esperarlos a los dos… aunque también sabía que iba a nacer mi niña. Reconocí el dolor agudo, constante.


1996

Volví a estudiar. Mi hijo me pedía compañía. Era apenas un bebé. Yo quería hacerlo, solo que no era capaz. Quería irme, quería huir. La dependencia mutua me angustiaba; sin mí, moriría de hambre; sin él, mi ropa quedaría completamente mojada y oliendo a leche. Sentí que no lo lograría. Amar demasiado exige mucho. Y amar a un bebé sobrepasa.


2011

No logro comunicarme con mis hijos. Qué pesadilla, soy peor que una ogresa enjaulada.


2008


Empacamos una mochila enorme, con tres mudas para cada uno y nos fuimos a viajar. Viajamos los tres, juntos, por primera vez, sin que nos acompañar otras personas. Sola, como mamá, debía hacerme cargo de todo. Volamos a Quito y ahí empezó la travesía hasta el Cuzco, en bus. Nos pasaron muchas cosas. Mi niña perdió a su manatí de peluche en una terminal de buses, mi niño casi de ahoga en el mar de Máncora, los pies les dolían cada noche de tanto caminar y se los acariciaba con un ungüento de caléndula, corríamos a la chocolatería y nos vimos con amigos que nos dieron su cariño y apoyo. Regresamos y cuando mis hijos fueron a visitar a su papá, solo quería llorar. Pude hacerlo. Nunca supe de dónde salió tanta fuerza. Seguro fue porque estaba junto a los amores de mi vida.


1984

Mis padres me regalaron unos libros de Mafalda. La amaba. Me sentía identificada con Libertad, me encantaba que fuera chica y contestataria. Y detestaba a Susanita. Esa idea de que solo se realizaría siendo madre me asqueaba. Tenía 9 años y no quería imaginarme como mamá. Quería ser una mujer libertaria.


2000

La sala de cirugía estaba lista. La niña nacería por cesárea a las 11 de la mañana. Todo estaba preparado. Y a las 10 una ráfaga me envolvió, cuando me di cuenta tenía entre mis brazos una niña que desde antes de nacer quería devorarse el mundo. Su cuerpo diminuto y amoratado era perfecto. Una pequeña nariz me olía y aprendía a reconocerme. La amé.


2013

Me compré una cama gigante. Justo cuando mis hijos ya no querían pasarse a ella. Por fin una cama solo para mí.


2003

Me separé del papá de mis hijos. Fue el primer desencanto sobre esa idea romántica del amor de la vida. Era la adulta. Dos niños dependían de mí. Lloraba todas las noches. ¿De dónde iba a sacar fuerza si apenas lograba mantener mi salud física y mental?


2021

Mi hijo tiene 25 años y mi hija, 20. Estoy deprimida. Sé que es por la pandemia. Ellos lo saben e insisten en que tome terapia.


2006

Antes de dormir, les pongo a mis hijos las canciones de Cómo te vaca y El tren eléctrico. Luego, les leo. A veces, ellos no quieren dormir, quieren que siga leyendo… Ya casi terminamos El hobbit.


2022

Cae la noche. Mis hijos llegan tarde de estudiar y del trabajo. Los extraño. ¿Es dependencia o es que el amor duele cuando sabes que ya no va a estar tanto tiempo a tu lado?


2006

Mi hija participa en una representación de un cuento infantil, la princesa y las monedas. Le conseguí a mi hija un disfraz azul de princesa y una linda corona plateada y nos vamos al jardín infantil. Lo sé, soy un desastre prestando atención… mi hija no era la princesa: ¡era una moneda! Salí corriendo a recortar un círculo de cartón cubierto de papel de aluminio y un cordón. Listo, ya estaba el disfraz de moneda. Mi hija aun recuerda ese día, con risas no se explica mi despiste. Para mí, mi hija tiene un papel muy importante, así sea una monedita.


2007

Estoy exhausta. ¿En dónde quito las pilas recargadas a la niña? ¿Cuándo dejaran de pelear esos niños? ¿Cuándo inventarán un robot que arregle el desorden, limpie las cajas de arena de los gatos, lave los platos y prepare la cena? ¡Me siento casi al borde de la locura! Necesito escribir muchas páginas para graduarme, estoy durmiendo poco, y cada vez me siento más impaciente, más enojada, más intolerante. ¿Esto es amor? Me niego a sacrificar mi vida… me cuesta mucho trabajo responder a todo. Me niego a ser supermujer-mamá-trabajadora. Este sistema nos oprime el doble a las mujeres. Nos exige ser unas madres maravillosas y a la vez rendir en el trabajo, en el estudio, en el aseo del hogar. Qué manera de disfrazar la esclavitud femenina.


2022

Quisiera escribir más. No puedo. Muchos recuerdos se han borrado, casi no tengo fotos y mucho menos videos que ayuden a mediar en mi memoria.

¿Cómo trazar un mapa si la cartografía está en mi cuerpo y en los de ellos? ¿Cómo pensar una maternidad imperfecta, la mía; llena de amor y de agobio, de ternura y desesperación, de contradicciones que permiten reconocerme?

Solo me queda una certeza, el amor de mi vida está en mí, en esto que desde una parte mía se desborda: la maternidad… sé que hay otros desbordamientos, por otros lados. Sobre ellos vendrá el tiempo de escribir después.


Comments


© 2020 Adriana González. Creado con Wix.com

  • b-facebook
  • Twitter Round
  • Instagram - Negro Círculo
bottom of page