Soy una cosa que siente
- Adriana González Navarro
- 20 jul 2020
- 5 Min. de lectura

Me siento cansada de pensar. Y eso suena contradictorio porque la escritura es una forma en la que se manifiesta mi pensamiento. Al menos, eso es lo que he creído desde hace varios años. Entonces, ¿cuál es ese pensar del que estoy cansada? El pensar que ha considerado la racionalidad como la única facultad humana, la única vía de explicación del mundo, la única manera de existir y de validar la existencia. Siento que ese pensamiento, propio de la modernidad, ha sido nefasto. Claro, no faltarán quienes me argumenten que gracias a la racionalidad es que se han logrado los grandes avances científicos –eso no lo estoy negando–; en realidad mi pelea es con una racionalidad instrumental que ha puesto a los humanos por encima de todos los seres y las cosas existentes. Y más que a los humanos, estoy en contra de la racionalidad que ha ubicado a un pequeño grupo de hombres sobre otros hombres, sobre las mujeres, sobre los animales, sobre la naturaleza. Esa racionalidad es supremamente vanidosa porque ha justificado la cosificación.
Como ya lo he dicho hasta el aburrimiento de muchos, no soy una filósofa rigurosa. Y esta posición frente a la filosofía académica me ha permitido moverme por otras formas del pensamiento que me han llevado a comprender mi posición en el mundo. Esas otras formas son lo que en estudios culturales se han denominado giros: giro afectivo, giro corporal, giro inorgánico, giro vegetal, giro animal; formas de sentipensar que validan otras localizaciones y otras formas de estar en el mundo.
Para mí, esos giros han sido muy importantes. A través de ellos he podido comprender que la racionalidad no es solo una cuestión lógica irrebatible, ausente de falacias. He podido ver mis contradicciones, me he descentrado de mi antropocentrismo, he podido comprenderme desde el sentir y desde la intuición, he podido ponerme en la misma situación que las cosas, las plantas, los animales, las cosas sin sentirme superior, sin utilizarlas; simplemente existiendo junto a ellas, con ellas, por ellas. En estos giros he encontrado aspectos en común que se remiten al sentipensar.
Empiezo por el giro inorgánico, el cual descubrí gracias a Mario Perniola y su libro El sex appeal de lo inorgánico. Desde este giro soy una cosa sintiente. En un primer momento puede sonar escandaloso pues, desde el feminismo, las mujeres nos hemos opuesto a la cosificación propia de esa racionalidad instrumental propia del pensamiento patriarcal. Muchas mujeres estamos cansadas de ser objetos (especialmente, objetos sexuales; como las modelos cuyos cuerpos se abstraen para convertirse únicamente en piernas, senos o caderas en la publicidad), de ser cosas que sirven como valor de cambio (como se da en los matrimonios a cambio del prestigio social-económico para la familia) o cosas con valor simbólico (vírgenes dignas de adoración o súcubos a los que hay que exterminar, por ejemplo). Sí, no es ese tipo de cosa a la que me refiero que soy. Si me asumo como cosa, considero que todos estamos en la misma situación. No hay diferencia entre quien soy y mis hijos, mis libros, mi computador o el cucharón de la cocina. No soy más importante que ellos, así como tampoco soy menos.
Otra ventaja de este giro inorgánico es la indeterminación de mi escritura. Vivo en el anonimato que me permite cierta libertad y fluidez en lo que escribo. No estoy obligada a seguir siempre una línea de pensamiento ni necesito enfocarme en una sola cuestión hiperespecializada. No pertenezco a ninguna corriente filosófica –aunque esté persuadida por las ideas de varias filósofas y filósofos–. En este anonimato no soy una pop star leída a lo ancho y largo del mundo. Ser una cosa que sientepiensa me permite estar despreocupada de enemigos intelectuales y sí convivir con amigos que me acompañan en este camino del sentipensar.
Si sigo con la línea de ser una cosa puedo darme el privilegio de tener entre mis cualidades la porosidad. Eso le permite apertura a mi pensamiento (y a mis gustos). También me permite tránsitos, y así como un día puedo escribir sobre mis plantas, otro día puedo escribir sobre mis zapatos. Así como un día puedo pensar sobre las posibilidades políticas que tiene la lectura de personajes como Macabea en La hora de la estrella de Clarice Lispector, otro día puedo reflexionar sobre mi posición política a partir de comparar fechas de mi vida con hitos históricos latinoamericanos. Esa porosidad le permite fluir a mi sentipensar entre distintas situaciones, películas (de drama, ciencia ficción o animadas) y libros de filosofía o de literatura. Puedo considerar que mi diletantismo es una cualidad que me permite disfrutar todo cuanto me rodea y me afecta.
Ser una cosa que siente me pone también en los planos de la exterioridad y de la interioridad vacía. No necesito ser profunda con mis palabras; mucho menos ser rigurosa. Muchas veces escribo porque me gustan como suenan las palabras, me gusta más la sonoridad que el mensaje. No creo que sea absolutamente necesario el ser entendida. Con que mis palabras toquen a alguien es suficiente. Y sentirme vacía es importante, por cuanto puedo recibir nuevas ideas, nuevas experiencias, otros sentires y llenarme hasta rebosar. Y desde esa idea de abundancia que me desborda comprendo mi deseo.
El deseo a partir del sentir de las cosas lo comprendo como derroche. Como cosa que soy, me doy y tomo a la vez. No deseo desde la necesidad de apropiación de lo que me falta ni de explotación de lo que no tengo. Tampoco deseo porque puedo de obtener algún beneficio. Sencillamente, deseo porque lo que siento me desborda, quiero compartirlo y aspiro a seguir llenándome de un placer incesante. Esto hace que mi relación con la filosofía, con la literatura y las artes sea sexual, solo que des-genitalizada y des-sublimada. Me emociono tan intensamente con un libro de Henri Bergson, como con una obra de Juan Antonio Roda o con una novela de Rita Indiana, como en la intimidad con mi pareja. Él también es una cosa que tomo, yo soy una cosa que él, a su vez, toma. Al ser cosas, hay una reciprocidad desinteresada. ¿Qué interés puede sentir una cosa sobre otra? Ninguna.
El sentirme cosa también la entiendo como una posición política. Las cosas son potentes por cuanto son afectadas y se dejar afectar. Asimismo, la situación política de las cosas, del sentir de la cosa es revolucionario, casi que contestatario ante el utilitarismo –propio de la racionalidad sobre la que se basa el capitalismo–, porque las cosas dejamos de ser útiles. La función deja de ser importante porque las cosas entre sí ya no nos relacionamos a partir del cálculo uso-beneficio-caducidad. La potencia política de las cosas que somos radica en ser trastos inútiles que se arruman, estorban, no pueden separarse ni diferenciarse, tampoco tienen fechas de vencimiento y están ahí. La potencia política de las cosas radica en que estamos sintiéndonos unas a otras. Prefiero sentirme una cosa, entre todas las cosas del mundo, que seguirle el juego al pensamiento que utiliza todo para su propia satisfacción, para su egoísmo destructor.
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