Un amor pornográfico
- Adriana González Navarro
- 2 mar 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 28 mar 2022

Cuando hablamos de sexo terminamos hablando de historias de amor. ¡No recuerdo a quién se lo leí! Tal vez a Murakami. Seguro con palabras más hermosas y en un contexto maravilloso… No importa. Mi memoria es frágil y mi biblioteca está desordenada; también mi cama y mi escritorio.
He estado muy ocupada; me llené de compromisos que me alegran a la vez que me angustian; escribir ensayos, leer artículos, pensar en mi tesis, editar un podcast, hablar con mis hijos en la noche, prepararme una rica ensalada… en fin, la vida misma.
Hoy, luego de muchos años de pensarlo, me decidí a escribir este texto.
Cuando hablamos de sexo terminamos hablando de historias de amor. ¿Siempre es así? A veces creo que sí. Solo que, en ocasiones, es de amor propio, y, a veces, es de amor al otro. Durante una época escribí sobre sexo, no lo hice porque quisiera ufanarme de mi experiencia. Sencillamente escribí sobre ese tema, porque me lo encargaron para una revista y porque me hace sonreír; ya sea porque me alegro, ya sea porque me burlo de las situaciones por las que pasé.
Cuando hablamos de sexo terminamos hablando de amor. ¿Qué encierra esa frase? Creo que el sentido que tenía en la novela en la cual lo leí era que las historias de sexo son, en resumidas cuentas, historias de amor. Como en la película (y obra de teatro) Una relación pornográfica. Tanto la película como las puestas en escena me encantaron. Porque es una historia de amor… y empezó siendo solo una historia prosaica de una pareja que se encuentra para tener sexo.
En el fondo, creo, que esas pequeñas historias que nos pasan, que las consideramos prosaicas cuando se la contamos a alguien más, pueden ser muy poéticas… como un rayo de sol que se cuela por una puerta e ilumina una parte del piso de madera… como los pasos de unos pies descalzos al lado de un contrabajo… como la misma pieza minimalista que suena toda la noche.
Como mi pensamiento funciona de manera extraña y me encanta el género del ensayo por esa misma razón, debo hacer una pequeña digresión. Hoy estaba tomando unas fotos sobre un libro cuyo contenido se hallaba originalmente en los cuadernos personales de la autora: sus diarios. Así que busqué los míos, porque tienen dibujos, folletos de exposiciones, relatos de sueños, cartas… hasta una llave con un oráculo. Y encontré dos entradas: una del 5 de abril de 2014 y la otra del 21 de agosto del 2015, fechas en las que fui a ver Una relación pornográfica. La primera fue con Cecilia Roth y Darío Grandinetti; la segunda, con Marcela Carvajal y Patrick Delmas. Escribí en una de las páginas con un bolígrafo de color: “Y cuando ella habla de sus fantasías, también pensé en la vez en que les conté sobre las mías a mis amigas (porque a las mujeres también nos gusta hablar de sexo). Y ellas pensaron que yo era más atrevida”. Ahora que lo pienso, al igual que lo creyó la mujer de Una relación pornográfica, mis fantasías no eran solo sexuales, así lo imaginara. Y sucedió así porque el amor fue colándose sin darme cuenta. Es más, creo que los dos no nos dimos cuenta… o tal vez sí.
Nos dimos cuenta y decidimos dejarnos. Porque el amor puede ser un monstruo, amar demasiado puede ser peligroso. Como decía Clarice Lispector: “Nadie sabe qué hacer con demasiado amor”.
Sé que esta entrada está más ligada a todas las que escribí en mi alféizar…y que desde el jardín no se puede desfilosofar sobre el sexo o sobre el amor. Sin embargo, a veces me imagino que estoy charlando en la sala de mi apartamento, rodeada de plantas y una hoja seca cae al piso.
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