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La moda también es política

  • Foto del escritor: Adriana González Navarro
    Adriana González Navarro
  • 18 may 2022
  • 3 Min. de lectura


Durante muchos años me he preocupado por la ropa que uso. ¡Sí! No es mentira. Quienes me conocen desde mis años universitarios creerán que exagero. No en vano me gané el mote de La Novia del Equeco. Claro, usaba faldas largas, cotizas de molas hechas por mujeres gunadules o sandalias de Condorito, blusas sueltas, un chaleco de yute, el chullo boliviano para el frío capitalino, la ruana boyacense de color anaranjado o la otra ruana que compré en el mercado de las pulgas, hecha con lana de alpaca. Cada prenda era pensada con mucho cálculo; quería verme distinta que las jóvenes de la facultad de Derecho. Ha pasado el tiempo y solo he dejado de usar el chullo y las sandalias. De resto, creo que mi armario parece estancado en la década del sesenta, de una hippie trasnochada.

Esta vez sí exagero. Claro que he cambiado mi ropa; hay unas cuantas minifaldas, otros estilos de faldas largas y reemplacé las sandalias por botas industriales (y con plataforma, para verme más alta).

Para mí, pensar en la moda no es una cuestión frívola, porque considero que la moda también es política. Si la ropa que uso hace parte de lo que soy en tanto que cubre y protege mi cuerpo y tiene una carga simbólica personal o social, pensar en la ropa es reflexionar sobre el cuerpo, como una cosa política. Mi cuerpo y el de otras personas. Así como lo es pensar en cuestiones económicas y morales que nos involucran a todos. Ufff, creo que esto suena enredado y un tanto mamerto.

Vestir ropa de marca tiene un valor simbólico importante que reemplaza, hasta cierto punto, el valor de cambio de la prenda adquirida. Esa reflexión, no sobre la ropa sino sobre los objetos en general ya la hizo Marx hace más de un siglo, así que lo que planteo es historia vieja. Sin embargo, es vigente aún. No es más sino pasear por los centros comerciales. Vitrinas enormes con nombres extranjeros: GAP, Marithé & François Girbaud, Victoria’s Secret, Versace, Dolce & Gabbana, Burberry, Faconnable, Rockport, MNG; así como grandes almacenes: Zara o H&M. Marcas que se ostentan como sinónimo de calidad o de estatus.

¿Quiénes están detrás de esas marcas? Un grupo selecto de diseñadores de talla internacional, es cierto. Aunque también lo están quienes fabrican la ropa, pues se produce en línea, en talleres o maquilas, muchas de ellas bajo unas condiciones inhumanas de trabajo, casi cercanas a la esclavitud (o peores que esta). El mercado de la ropa me hace pensar en los griegos antiguos, que justificaban la existencia del esclavo extranjero pues este prefiere su vida sobre su libertad. ¿Acaso somos libres en medio de este capitalismo salvaje? El comprador dirá que sí, que es libre de escoger la marca que prefiere (o puede, según sus ingresos). Solo que después de ver la serie The good place, de Netflix (y bueno, también hay rezagos de algunas cosas aprendidas durante mi carrera universitaria), esas cuentas sobre las buenas acciones y sobre la libertad requieren de una revisión cuidadosa. Yo me pregunto, muchas veces, no solo por el nombre de la diseñadora o el diseñador que creó la prenda; también lo hago por la costurera, la artesana y la operaria que trabajó en ese equipo. ¿En qué condiciones podrán estar? ¿Cómo contribuye la ropa que compro y consumo en la economía familiar de todos ellos?

Es cierto, no uso ropa de marca, o al menos no de esas grandes marcas. Solo sé que, por principio político y económico, después de mi plebitusa, compro ropa nacional, hecha por diseñadores locales quienes quieren salir adelante con sus marcas personales. Es así como uso La Waira, Neftalí Blanco, Santiago Mazo, El Parche, Tácito, Bagüe, Laura Hernández, Santillana, Étnica, Mandala, entre los que recuerdo. Porque creo en su talento y en su calidad. Y que conste que esto no es publicidad ni estoy pensando en economía naranja. Es mi pequeña contribución política ante las injusticias sociales y económicas de este país. Más que por frivolidad o por sentirme exclusiva con la ropa que ellas y ellos han diseñado y confeccionado, creo que la moda es una cuestión política que nos afecta a todos… y que es un asunto que parece ser invisible.

Queda mucha tela por cortar y contar, porque me aterran las noticias del desierto chileno cubierto con los desperdicios textiles de la fast fashion; las noticias de las mujeres prescindibles (porque son explotadas y asesinadas) de las maquilas en Ciudad Juárez; o los cierres de las fábricas de tela en nuestro país, que conlleva obreros desempleados y la importación de materia prima. Por eso, pensar en la moda va más allá de las tendencias para el próximo verano o el otoño.

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